2. Las organizaciones sociales en respuesta a la vulnerabilidad alimentaria
Los Bancos de Alimentos (BdA) nacen en contextos de emergencia, y son organizaciones sin fines de lucro que contribuyen a reducir el hambre, malnutrición y la pérdida y desperdicio de alimentos, rescatando de manera trazable y segura, aquellos productos aptos para el consumo humano antes de que sean desechados.
Los alimentos rescatados son almacenados, clasificados y distribuidos entre entidades de ayuda comunitaria como comedores, hogares de niños y de ancianos, centros comunitarios y de apoyo escolar, entre otros.
De esta manera, se otorga un valor social a aquellos alimentos que perdieron su valor comercial, evitando que sean tirados y haciendo que lleguen a las personas que más lo necesitan. Los alimentos se recuperan a través de un modelo de trabajo basado en una cadena de valor solidaria y alineados con Objetivos de Desarrollo Sostenible (Objetivo 2: Hambre Cero; Objetivo 12: Producción y Consumo Responsable; Objetivo 17: Alianzas para lograr los objetivos).
En esta cadena de valor intervienen distintos donantes como productores de frutas y hortalizas, empacadoras, mercados de concentración, de la industria alimenticia, rescate de mermas de supermercados, colectas y campañas.
Cadena de valor solidaria. Banco de Alimentos Mendoza. Argentina
El trabajo es intersectorial, estimulando el espíritu solidario y difundiendo valores humanos por medio del trabajo articulado entre los diferentes actores sociales, a fin de aunar y coordinar esfuerzos para cumplir su misión.
Como la asistencia nunca es la solución completa, también se establecen programas educativos que abarcan desde la naturaleza del hambre y sus posibles soluciones, como también acerca de la importancia de una alimentación saludable para el crecimiento y desarrollo humano.
Los Bancos de Alimentos entregan alimentos a organizaciones territoriales que brindan prestaciones alimentarias a su comunidad. La población de las entidades beneficiarias padece inseguridad alimentaria, es decir, carece de acceso regular a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para un crecimiento y desarrollo normales, y para llevar una vida activa y saludable. Esto puede deberse a la falta de disponibilidad de alimentos y/o a la falta de recursos para obtenerlos.
La soberanía alimentaria es el derecho de los pueblos a decidir sus políticas alimentarias acorde a las necesidades de la comunidad local, priorizando la producción para el consumo. Tanto la seguridad como la soberanía alimentaria enfatizan la necesidad de aumentar la producción y la productividad de alimentos para enfrentar la demanda futura. Ambos conceptos subrayan que el problema central reside en el acceso a los alimentos y, en consecuencia, suponen políticas públicas redistributivas desde el ámbito del ingreso, así como del empleo, y asumen también la necesaria articulación entre alimentos y nutrición. Además, de ambos conceptos se pueden derivar propuestas de protección social para enfrentar crisis temporales o programas de transferencias condicionadas que formen parte de programas de combate a la pobreza. (Gordillo & Obed Mendez, 2013)
El hacer de los Bancos de Alimentos no se reduce a la mera entrega de alimentos, estas organizaciones trabajan insistentemente en reducir la pérdida y desperdicio de los alimentos, otorgándoles un valor social y recuperando los recursos naturales, técnicos y humanos que se utilizaron para la producción de esos alimentos. La pérdida tiene lugar en la etapa de la cosecha, pos cosecha y procesamiento de la cadena de alimentación. El desperdicio implica que los alimentos son desechados durante la comercialización y el consumo. (Ley Nacional 27454. 2018). En Argentina se tiran 16 millones de toneladas de alimentos al año. Los Bancos de Alimentos reducen la generación de residuos de alimentos y recuperan los alimentos que pueden destinarse para consumo humano, ya que, si bien pierden su valor comercial, mantienen su inocuidad y características nutricionales.
Estos espacios de articulación renuevan y acomodan el desafío alimentario según se presentan los continuos cambios en la Argentina. El vínculo diario en y con la comunidad muchas veces excede las aristas mencionadas, porque a la gente se le sirve un plato de comida o se le entregan los ingredientes, entre otros posibles recursos, de manera comprometida e independiente de los vaivenes políticos y sociales, porque la columna vertebral de la cadena organizativa es fundamentalmente la solidaridad.
Reconocer el plato de comida como una impronta social, política, económica, nutricional es especialmente claro en situaciones de vulnerabilidad. Servir la comida en el plato, es un acto teñido de significados que exceden lo nutricional y biológico, para sumar factores emocionales, psicológicos, sociológicos y, por tanto, culturales.
2.1.- Un cucharón de guiso, lleva pizcas de cultura
Los hábitos alimentarios se establecen según las condiciones climáticas, la tierra y la economía local, además de sufrir la influencia de los cambios socio-culturales. Se es lo que se come por los hábitos culturales que se adquieren y reproducen a lo largo de la vida y por los significados que se atribuye a los alimentos que se consumen, que se amoldan a cada cultura (Nunes de Santos. 2007).
Uno de los principales rasgos de la humanidad es la organización comunitaria. Conseguir alimentos y consumirlos han sido actividades compartidas, sustentadas en una cultura de la reciprocidad; además de generar un fuerte vínculo social, compartir la comida ayudaba a reducir riesgos y mejorar la dieta en contextos de escasez. (Fernández Casadevante, Morán Alonso. 2019).
A la popular frase “somos lo que comemos”, se debe añadir que también somos cómo y dónde comemos.
Los hábitos saludables y la puesta en valor del momento de la comida son temáticas que atraviesan nuestra cotidianeidad y sobre las cuales es preciso realizar un acompañamiento educativo, principalmente en aquellos sectores sociales con inseguridad alimentaria.
2.2.- La alimentación saludable se aprende haciendo y comiendo
En el contexto de la Educación Alimentaria y Nutricional, el ser humano forja su conducta alimentaria desde su nacimiento y durante toda su vida, adquiriendo una serie de reglas de comportamiento que determinan las elecciones alimentarias.
La educación en alimentación y nutrición debe orientarse a potenciar, consolidar o modificar los hábitos alimentarios de una comunidad, involucrando a todos sus miembros: niños, padres, maestros, directivos, organizaciones sociales.
Aprender acerca de la alimentación saludable implica replantear las costumbres, los mitos y las conductas erróneas relacionados con el cuidado de la salud, que valoricen las experiencias comunitarias, pero también las preferencias de las personas.
Entre los principales problemas nutricionales que se encuentran en las comunidades vulneradas encontramos distintos tipos de malnutrición, por déficit como la desnutrición; pero también por excesos o desequilibrios que llevan a la enfermedad.
Un programa de educación en nutrición para la comunidad debe identificar y priorizar los problemas alimentarios y nutricionales para poder entonces diseñar e implementar una intervención válida para la audiencia en cuestión.
El objetivo es avanzar a cambios sostenibles y más saludables, que consideren en la ecuación tanto los nutrientes que se ingieren, como el aprendizaje y la aplicación de técnicas culinarias y de manipulación adecuadas, que aprovechen los alimentos al máximo, minimicen las pérdidas, respetando la cultura alimentaria, promoviendo el bienestar y la satisfacción de la comunidad.
Estos logros son posibles con propuestas comunitarias sostenidas en el tiempo, los esfuerzos espasmódicos, tienen evidencia de resultados fugaces. El seguimiento es un factor clave para vigilar la evolución de las propuestas, conforme cambian las necesidades para la reformulación y la mejora continua.
Programa de Educación Nutricional. Banco de Alimentos Mendoza.
Si consideramos experiencias comunitarias vinculadas con programas de educación nutricional podemos mencionar el programa La Salud va a la Escuela (Mendoza, 2004). Entre otras acciones, contemplaba un taller de alimentación en el que chicos de zonas alejadas y vulnerables participaron del Concurso Verduras Ricas para Todos. La propuesta era que probaran vegetales locales, con los ojos vendados, no se podía hablar, solo levantar la mano y calificar el alimento con pulgar arriba, al medio o hacia abajo. La propuesta era que durante los meses siguientes conversaran en el aula acerca de las propiedades de esos vegetales nutricionales, económicas para esa comunidad, que revolvieran los recetarios familiares en búsqueda de recetas para el concurso, especialmente de los productos que menos les gustaban. Esta propuesta precedida de un diagnóstico, involucró a docentes, directivos, padres, niños, además del equipo de salud. Los vegetales que menos les gustaron fueron las berenjenas, los zapallitos, las remolachas, entre otras. Y se veía como disfrutaban de sus platos, por el hecho de haberlos creado.